Juan Francisco es un tipo de clase media alta, joven y empresario próspero, estudió en un buen colegio religioso, luego pasó a una buena universidad y gracias a esta buena preparación ha podido armar un buen negocio. Él ha vivido en San Isidro toda su vida, todavía vive en casa de sus papás sólo que ahora que tiene ingresos propios y ayuda a pagar las cuentas, sus papás le han dado todo el segundo piso para que él viva ahí.
Hoy es domingo, hace un sol fuerte y hoy juega Perú contra Brasil, y Juan Francisco es un fanático más. Va a ir con Raúl, su asistente en la empresa, al partido que se juega en el Monumental. Francisco se ha levantado de un ánimo estupendo. “Seguro que hoy Guerrero juega como nunca, ese sí que pone huevos” –piensa él.
El partido empieza a las 4 y va a recoger a las 2 a Raúl, dejan el carro en la casa de un tío que vive cerca al Monumental, y echan a andar las cuadras necesarias para llegar al estadio. Ese camino largo está plagado de hinchas blanquirrojos, ¡qué orgullo siente Francisco! Todos yendo a alentar al Perú, toda la familia, grandes y chicos todos quieren ver ganar a Perú tanto como él. Se siente parte de un grupo más grande, unido y fervoroso.
Llega a la butaca del estadio, se sienta y coge un sitio regular, o sea desde el que se ve la cancha más o menos; Francisco no se queja, lo olvida rápido. Se llenó el estadio, más de 60 mil personas avocadas al fin de alentar al Perú. Cual devoto católico en misa Francisco siente que hay algo superior a todos ellos, que es el motivo que los trajo a todos: ¡el amor por el Perú!, ese sentimiento tan puro hacia la patria que hace que la vida valga la pena. Y sale la selección entre aplausos, se forman los jugadores y comienzan a cantar el himno nacional del Perú, este es un momento especial, Francisco canta vigoroso y siente más que nunca el orgullo de ser peruano y es feliz… mientras por la cabeza, como una película, recuerda las ricas montañas, hermosas tierras y las risueñas playas de nuestro Perú -recordando sin darse cuenta una famosa melodía. ¡Qué diversidad única hay en el Perú! Millones de personas diferentes en razas pero al fin y al cabo peruanos todos, de una misma familia, de un mismo tronco, que llevan una sangre mestiza que es nuestra y es especial, que nos hace únicos en el mundo- divaga Francisco feliz en sus pensamientos.
El partido transcurre con fuertes emociones, Perú está jugando bien como siempre juega cuando más difícil es el reto y menos esperanzas tiene la gente. Estamos perdiendo por un gol, pero atacamos constantemente el arco rival, cuando en un centro metemos un: ¡Gol! ¡Qué delirio…! explota en grito la garganta de Francisco, ríe de felicidad plena, se abraza con su hermano Raúl, y de atrás un cholo gordo lo abraza y lo impregna de todo su sudor. Francisco está embriagado de felicidad, no le importa nada, devuelve el abrazo y sigue gritando el gol como si fuera el gol de la final del mundo.
Acabó el partido, salen entre cánticos los hinchas y el camino de regreso es largo pero alegre, muy alegre. Se despide de Raúl afectuosamente cuando lo deja en su casa y luego Francisco retorna a la suya. ¡Qué día excelente! - dice. Pero mañana hay demasiado trabajo por hacer.
Llegó el lunes, llega a la oficina, y encuentra todos los papeles sobre su escritorio, Raúl no había acabado de hacer los informes de auditoría que él le había encargado, y esto significa que perderán al cliente más importante de la empresa. “A esta gente no se le puede confiar nada y menos algo importante” –dice Francisco. ¡Cholo de mierda! – grita enfadado.
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