A mí me gusta la batalla electoral sin propuestas. Las propuestas me aburren, son largas, tediosas y parecen imposibles de realizar. Pero lo peor de todo es que los planes de gobierno de los candidatos son todos igualitos, sea el candidato que sea.
Para el asunto de la salud: ¡hospitales!, para la educación: ¡colegios!, para la seguridad: ¡policías! Hay que admitir que son unos predecibles del demonio.
Por eso los limeños nos regocijamos en los: “Lourdes tiene una miopía moral”, “Susana tiene ideas trasnochadas”, y “Yo soy la candidata de la decencia contra la corrupción”.
De la misma forma que los españoles gozaron en la década pasada con la frase de Aznar contra Felipe Gonzáles: “Váyase señor Gonzales”. O en la actualidad, Rodríguez Zapatero a Rajoy: “Usted únicamente está pensando en el palacio de gobierno y nada en el país”. O como los chilenos con Frei a Piñera: “Empresario frívolo y multimillonario”. Ejemplos hay miles, y son devorados por el electorado como el más exquisito de los manjares.
Si a algún incauto elector le parece aterradora esta realidad, puede empezar el camino del gran cambio transformando la sociedad en una cuyos ciudadanos entiendan propuestas y políticas sobre los asuntos gravitantes. Mientras haya demanda habrá oferta.
Díganse lo que quieran decir, si al final, para mí, se trata de confianza. Confianza de que hay una propuesta seria, un equipo preparado y una honestidad a prueba de balas. Por eso no hay dicho ni frase que me haga dudar del voto que ya tengo decidido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario