lunes, 19 de diciembre de 2011

Reformismo no revolucionario




A los más grandes no les (¿nos?) gusta lo revolucionario, pues es, digamos, demasiado desconsiderado  para sus veteranos tímpanos.

A los más jóvenes, en cambio, les (¿nos?) encanta, es como poesía que enciende sus esperanzas en un mundo mejor.

¿Estamos en presencia de dos posiciones irreconciliables? Probablemente. Tampoco tiene por qué ser malo, es la natural tensión de la Verdad, el fuego de Heráclito.

Pero, basta de fuegos. La democracia moderna (¡qué linda!) nos ha dado espacios de encuentro dentro de sus instituciones. Ese tipo de órganos en que viejos y jóvenes, conservadores y revolucionarios, pueden encontrar coincidencias.

Estoy hablando del Tribunal Constitucional y de la Defensoría del Pueblo. Ambos dos (como diría un amigo, consciente de su error) son órganos que abren ventanas al reformismo más radical sin amenazar la institucionalidad consolidada. El primero a través de la interpretación de la Constitución, la segunda a través de su autoridad moral y política.

En estos días comienzan a colocar en la agenda pública la elección de magistrados al TC y la del Defensor del Pueblo. Al parecer el Congreso prepara los nominados para los próximos meses, y no parece ser algo que podamos descuidar.

De esta elección depende en gran medida la flexibilidad con que podrá actuar el precario Estado peruano –valga la redundancia- para enfrentar los problemas más difíciles en los próximos cinco años, aquellos precisamente en que los movimientos sociales cuestionan al sistema desde sus raíces (cof cof, ¿alguien dijo Conga?). Ya va siendo hora de que nos compremos los pleitos. A tiempo. Y en serio.

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